homilía
Homilía de inicio del ministerio episcopal de monseñor José Cobo como arzobispo de Madrid.
Allá por el siglo IV, Gregorio de Nisa hablaba de «ir de comienzo en comienzo, mediante comienzos que no tienen fin». La Iglesia necesita siempre, en cada momento y en cada etapa, emprender nuevos caminos; porque precisa considerar su adhesión a Cristo, renovar con humildad su ser «sierva» del Señor y aprender a ser levadura en medio de la masa para anunciar que el reino de Dios ya está entre nosotros. En esta lógica de conversión caminamos en cada momento.
Hoy es un día singular en el que nos abrimos a un comienzo. Un comienzo que se apoya en comienzos de otros que han sembrado antes. Un comienzo que, como todo lo que viene del amor de Dios, no tiene fin y a todos nos abraza.
Gracias a cuantos formáis parte de este comienzo.
Ante todo, a la comunidad cristiana de Madrid. A todos cuantos me acogéis con tantas muestras de afecto y de corresponsabilidad eclesial.
Gracias, señor nuncio. Gracias, amigos cardenales, especialmente don Antonio y don Carlos, Y a los hermanos obispos que nos arropan. Y, cómo no, a mis hermanos Juan Antonio y Jesús. Hermanos sacerdotes, diáconos, laicos, consagrados y consagradas. Gracias.
Un abrazo cordial a los hermanos de otras iglesias y comunidades islámicas. Y mi agradecimiento a todas las autoridades que se han querido hacer presentes en este día. Y a tantos y tantos amigos de aquí y de muchos rincones que habéis venido a participar de esta Eucaristía que nos abraza a todos.
1.- Hoy se cumple esta escritura que acabamos de escuchar:
En un día de comienzos, como el de hoy, Jesús se presentó en la sinagoga de Nazaret, plenamente consciente de quién era y de qué misión le desafiaba de parte del Padre. Se siente Hijo, amado, ungido por el Espíritu Santo y sostenido por el amor de su Padre.
Había sed de sentido y de vida plena en su pueblo. Como la que siglos antes había apuntado el profeta Ezequiel, después de la destrucción del templo. Con ojos de profeta, contempla que no pocos perdieron la fe; recibe la misión de predicar la esperanza y animar al pueblo a descubrir que Dios estaba presente, no donde todos pensaban, sino en los procesos y en la búsqueda de las ovejas perdidas, regalando esperanza en medio de los secarrales y contagiando vida en un valle repleto de huesos resecos.
Siglos después, en tiempos no menos complicados, el mismo Jesús, el hijo del carpintero, hace suya la voz de otro profeta, pero no la repite sin más: la hace nueva. La articula injertando en la palabra recibida su propia entrega, su muerte y su resurrección. Es esa misma voz, viva y sostenida por la fe, la que nos llega hoy hasta esta catedral. Nos alcanza al ser proclamada por la vida de tantas personas que la han reverberado hasta hacerla presente hoy, aquí y ahora. Una imponente cadena sagrada a la que quiero incorporar mi servicio episcopal, y en la que podemos engarzarnos todos, fraternalmente unidos, para dar voz, de manera creíble, a la única importante: la Voz del Señor. Se trata de ser juntos voz de la Voz con mayúsculas.
2.- Jesús comenzó su ministerio en un día concreto y ante unos discípulos muy concretos. Se levantó ante los vecinos y desveló el misterio: «Yo soy el ungido, el enviado para anunciar la salvación y el año de gracia y perdón del Señor». Eso significa Cristo: el ungido. Y en eso consiste ser cristiano: ser ungido. Ser cristiano es dejar que lo que el Espíritu hace en Jesús lo haga en todos nosotros, en su cuerpo, en su Iglesia. Somos sus ungidos y sus cristianos por el don del bautismo.
Tendremos que cambiar lenguajes y ajustar fórmulas pastorales a este momento. Es verdad. No vale lo de siempre. El cambio de época lo reclama para anunciar la fascinación del Evangelio a una ciudad y a unos pueblos y unas gentes sedientas de él.
Por eso, para ofrecerlo con coherencia y sin atajos, os invito primero a ahondar en la base: profundizar, celebrar y centrarnos en torno a nuestra común condición de bautizados. Es la que nos identifica a todos, y nos entrega una misión especial en la Iglesia a cada uno y cada una. Contemplar nuestro bautismo será nuestro eje.
Bautizados para señalar a Dios. San Juan XXIII decía que «no es el Evangelio el que cambia, sino nosotros quienes lo entendemos mejor en cada momento». Con el Evangelio orado y meditado en el corazón tendremos entonces el gran reto: señalar, como hacéis tantos de vosotros, lugares concretos por donde habita Dios en Madrid. Esa es la sed que necesita ser saciada a nuestro alrededor.
3.- Hoy se cumple esta escritura si atinamos a ser testigos de la voz de Cristo, pero no individualista y fragmentariamente, sino de manera comunitaria. No podemos ser parcelarios, sino integradores. Aprendiendo a empastar las diferencias. Solo el esfuerzo en «ser uno para que el mundo crea» hará que sonemos de verdad a Cristo.
Para lograrlo, hemos de recuperar «el amor primero». Tal y como lo palpamos hoy. Hoy se nos abre una ocasión especial para re-enamorarnos de esta porción de la Iglesia particular y de toda la Iglesia en ella. Comenzar hoy es buscar la belleza y la vitalidad que, a pesar de sus arrugas, Cristo le da al habitarla y dar la vida por ella. Por ello, os convoco no solo a «ser» Iglesia sino a amar «estar» en esta Iglesia.
Se trata de amarla, no por lo que queremos que sea, sino por lo que es. Y amarla desde dentro, sabiendo que su barro es nuestro barro y que su luz es la del Espíritu. «Amar a la Iglesia tal y como es significa aceptarla con sus imperfecciones y trabajar para mejorarla desde adentro» nos dice el Papa Francisco. Si no despertamos este enamoramiento y esta pasión, nuestro testimonio cristiano será un aburrido eco de nosotros mismos.
4.- Hoy, queridos hermanos, se cumple este Evangelio. Y se cumple cuando todos nosotros, en esta celebración, nos atrevemos a responder; cada uno con su tono, pero todos en esa sinfonía maravillosa que solo se puede tejer en el Espíritu. Acoger a un obispo remite a la apostolicidad de la fe. Jesús constituye la Iglesia poniendo como pilar al colegio apostólico. Por eso, hoy es un buen momento para que reavivemos nuestra conciencia diocesana, inserta en la Iglesia universal, tal y como expresáis todos los hermanos obispos que hoy nos acompañáis.
Sonar juntos a Cristo, por tanto, es dejar que cada paso particular lleve la semilla católica, la universal, antes que la de nuestras particulares seguridades. Es la clave eucarística que siempre celebramos. Como a los apóstoles en Pentecostés, hermanos, Madrid necesita escucharnos, cada uno en su propia lengua, pero unidos.
Por eso nos empeñaremos en dialogar y en entendernos, no solo con los que pensamos de manera similar, sino también con los que ven las cosas de manera diferente. Solo así podremos discernir lo que «el Espíritu dice a la Iglesia» de Madrid. Se trata, en suma, de escuchar primero y hablar después bajo el cantus firmus de la participación, la comunión y la misión.
Y no podemos dejar de valorar la tremenda vida de nuestras comunidades. Ya decía nuestro amigo y maestro, Juan de Dios Martín Velasco, que el futuro de la Iglesia en Madrid vendría dado, no por los grandes números, sino por el testimonio concreto y capilar de sus comunidades cristianas que fuesen realmente «significativas» para sus vecinos. Esa es la clave.
Por eso tenemos el reto de impulsar comunidades, nuestras parroquias, las realidades eclesiales de todo tipo alrededor de la misión. Comunidades abiertas, familiares pero, sobre todo, que remitan a Dios. Que proclamen con obras, palabras y celebraciones la fuerza seductora del Evangelio.
5.- Hoy, hermanos, se cumple este Evangelio, como hemos escuchado, también entre los pobres. Esta es la buena noticia.
Nuestra voz armónica como Iglesia no será la de tener la razón en todo, ni la de presumir del poder de los números, ni mucho menos de identificarnos con una u otra ideología política o cultural. Nuestra voz no aspira al monopolio del poder en nuestra sociedad. Tampoco queremos quedarnos añorando el pasado. Ni nos entretendremos en multiplicar condenas o lanzar reproches. Queremos no despistarnos demasiado por el camino. No pretendemos entretenernos con disputas estériles que distraen de lo principal. Queremos caminar siempre al ritmo ágil y libre de Jesús, el Cristo; siempre atentos a quienes quedan descartados al borde del camino.
Las migraciones, la desigualdad, la soledad, la violencia y el sinsentido son los rincones donde las personas desplazadas, los pobres, los cautivos, los ciegos y oprimidos esperan a nosotros, los seguidores de Cristo, unidos, para ser rescatados y reconocidos como hijos de Dios.
No olvidamos que somos una Iglesia samaritana. Cada pesebre y cada cruz de hoy es nuestra matriz de siempre. Por eso, los pobres son uno de nuestros más serios criterios de discernimiento en todo lo que hacemos. Lo que hagamos con ellos juzgará cada uno de nuestros pasos, como nos dijo Cristo. Por eso, sin ellos no hay camino. Sin su inclusión social y eclesial, la alegría del Evangelio sería un imposible.
6.- Y por último, también, aspiramos a que nuestra voz hoy llegue a toda la ciudad. A cuantos hombres y mujeres de buena voluntad quieran escucharla.
Queridas autoridades y responsables de la vida social de Madrid: Contad con la sincera voz y ayuda de la Iglesia para trabajar por el bien común y para impulsar una cultura del encuentro.
Vivimos una vertiginosa transformación en todos los sentidos. Eso supone enormes desafíos para todos. Como cristianos y ciudadanos, queremos aportar nuestra voz y nuestra visión al desarrollo humano integral.
No vais a encontrar a la Iglesia de Madrid en los vagones de cola. El Evangelio es una potentísima locomotora capaz de ir en vanguardia aportando trascendencia, valores y una concepción del ser humano que nos ayuda a ser más felices, sabiendo que somos regalo de Dios con una doble nacionalidad: peregrinos en la tierra y convocados a ser ciudadanos del cielo. Como dice el apóstol, nada nos gustaría más que, desde ahí, ser vínculo de reconciliación y centinelas de los brotes de la vida de Dios.
7.- Hoy se cumple este Evangelio también con este pobre obispo que comienza junto a vosotros. Llego con una misión nueva y con la vida recorrida a las espaldas. Quiero incorporar mi voz como obispo a la de toda la Iglesia como un humilde servicio al pueblo de Dios, vinculado a Pedro y a todos mis hermanos obispos. Quiero que mi guía sea la de Cristo pastor, el que acoge, desde la caridad pastoral, prioritariamente a los heridos y perdidos.
Así quiero presentarme ante vosotros y pedir vuestra oración, vuestra bendición y vuestra ayuda.
Cada vez que celebramos la Eucaristía, sacramentalizamos la ofrenda del pueblo de Dios por Jesucristo. Cuando hoy elevemos el cuerpo y la sangre de Cristo, presente y vivificante, os invito a ponernos y amasarnos juntos como ofrenda al Padre por nuestro mundo, por esta diócesis, por nuestra gente. Para que este Evangelio siga resonando en nuestro viejo y querido Madrid. Y que suene a ofrenda, a oblación y a servicio.
Que los entrañables brazos maternales de la Virgen de la Almudena sostengan nuestra ofrenda y, con la intercesión de San Isidro Labrador, Santa María de la Cabeza y todos los santos y mártires madrileños que nos acompañan, nos introduzcan en el misterio de la misericordia de nuestros Dios, para saborear esta escritura cumplida. Seguro que Cristo es quien hoy «toma posesión» de nuestra diócesis y habita más y siempre en nosotros. Amén.