Camino de la Cruz
El vía crucis es una devoción tradicional de la Iglesia especialmente durante el tiempo de Cuaresma. En esta nota se hablará un poco de su historia. El arte lo ha plasmado muchas veces en forma de cuadros, pero también de poesía, como en próximas entradas serán publicadas.
En el contexto de la “devotio moderna” —uno de cuyos ejes es la humanidad Santísima de Cristo y, por tanto, su Pasión— el vía crucis se extenderá por influjo de las órdenes mendicantes, especialmente los franciscanos al haber recibido la custodia de los Santos Lugares.
A todo esto hay que añadir el interés en torno a ellos generado por las Cruzadas. Tal fue su veneración que, no contentos con el privilegio de haber pisado aquella tierra, algunos de aquellos nobles quisieron realizar en sus regiones de origen “reproducciones” de los santos lugares. Es así como nacen los “via crucis” y “calvarios” (capillas y cruces que se alzan sobre los montes, como por ejemplo ocurre en Lourdes), cuya devoción se extenderá por toda Europa a partir del s. xiv. Algunas figuras de relevancia en su propagación serán el beato Álvaro de Córdoba o san Leonardo de Puerto Mauricio.
La configuración definitiva del vía crucis llegará alrededor del siglo xv, fruto de la unión de tres devociones precedentes: las caídas de Cristo en su recorrido hacia el Calvario; la vía dolorosa, consistente en la procesión de una iglesia a la próxima; y las estaciones de Cristo, en referencia a las paradas que en ese recorrido realizó el Señor.
El término “estación” aparece por primera vez en el relato que el inglés William Wey hace de su peregrinación a Tierra Santa: el orante se detiene o “estaciona” unos momentos para considerar la escena allí vivida. El número de estaciones ha ido también variando con el tiempo y con los lugares. Aunque empezaron siendo siete, será a partir del siglo xvi cuando por el sur de Europa empiecen a darse devocionarios con catorce estaciones, con oraciones para cada una de ellas.